miércoles, 9 de marzo de 2011

puente a ningún lado


terminó el fin de semana largo. y todos volvieron al trabajo. menos yo, que no tengo. bueno, mi trabajo es buscar trabajo. y cuidar a rosario por la mañana, para llevarla al colegio al mediodía. después, me libero. y me pongo a trabajar. pero hoy cambié la oficina de siempre. la full de josé ingenieros y libertador estuvo andando mal estos días. hubo varias veces que caí ahí y me echaron: no había wi fi. y sin wi fi no puedo trabajar. y entonces hoy agarré el auto y me fui. hice 90 kilómetros. y terminé en zárate, una ciudad que necesita algo que la identifique como tal. un centro choto y un río desaprovechado me indicaron que no era un lugar para estar. estaciones de servicio cerradas e ypfs sin full en su interior. entonces, ya que estamos en el pos carnaval, me acordé de la vez que fuimos a gualeguaychú y que paramos antes de cruzar el puente hacia entre ríos. me acuerdo, también, que ése fue el high point del fin de semana, cuando compramos cerveza (antes se podía comprar cerveza en una estación de servicio; yo no manejaba, aclaro) y una de las chicas que atendía me regaló un destapador. el fin de semana que vino después fue una mierda: creo que existen pocas cosas más aburridas que el carnaval de gualeguaychú. triste también el lugar donde paramos y peor aún ñandubaizal, la playa a la que fuimos después. volvimos de capa caída.

pero bueno, recordaba a esta full un poco más alegre, quizás por eso de la chica amable y de sonrisa que me pareció increíble.

acá no hay oficinistas, sino gente de paso. hay un grupo de cuatro sordas o mudas o sordomudas. todo son gestos entre ellas. son grandes. cuatro cafés y se fueron. está la clásica pareja de auto 3 puertas, tipo corsa o ka. él, con bermudas y musculosa, ojotas y anteojos negros en la frente; pelo cortado al ras y cara de hago bs.as.-destino x en cuatro horas. aunque pare a comer a alimentarla a ella, contenta con su papel de consorte, rubia y pantalón cortito, con sandalias de taco alto y un termo que ella tendrá que llenar para que él tome mate. bajan con un manojo de llaves grandes donde, además de las llaves del auto, guardan la de las cuatro puertas de la casa del padre (reja, candado, cerradura tradicional y cerradura high tech), más las llaves del portón de la casa de ella. no hablan; ella come de a gajos una ciabatta de jamón y queso; él zampa una hamburguesa sola a desgano y en cuanto termina la coca, quiere seguir. ella le pide que paren. pero no, que tienen que llegar antes de no sé qué hora. y gana él y ella lo sigue y los veo desde mi lugar: él acomoda, nervioso, su corsa negro polarizado mientras ella llena el termo y le manda un beso. y se van, tirando piedritas. el lugar se completa con una familia que está, también, de paso.

noto poco movimiento. no me quiero imaginar lo que habrá sido ayer. y noto, también, que yo soy esto. soy una full usada y pasada por arriba. soy lo que quedó. y vengo y no hay nada. sin movimiento. con poca vida.

jueves, 3 de marzo de 2011

falté


hoy decidí faltar a la oficina. mandé parte de enfermo. espero que en la full de libertador y josé ingenieros me extrañen. aunque igual, los muy desalmados, dejan que cualquiera se siente en mi lugar.

pero bueno, falté. en verdad, no tenía tiempo para ir. las mañanas las tengo ocupadas con mi papel de padre; y ahora debo ir a hablar con la persona a la que le pago para me que escuche hablar. me esperan 45 minutos. para eso me vine al centro. dejé el auto en lisandro de la torre. toda una decisión. ¿hasta dónde llegar con el auto y valerse del transporte público para ahorrarse unos buenos mangos? antes, llegaba hasta tagle y libertador y sus alrededores; pero es para ir bien temprano, no al mediodía. lo mismo pasa con la isla: no se puede llegar pasadas las 10: no encontrás un lugar ni en pedo.

lo iba a dejar a la altura del tupper del décimo piso de la calle ugarte. pero de sólo pensar que tenía que volver hasta ahí para buscarlo, me deprimió. y como sé que a las 16.30 quizás salga en modo bajón de ver a la persona a la que le pago para que me escuche, pensé que serían dos restas terribles para mi atribulado espíritu.

para matizar la espera hasta que sea la hora de mi cita, estoy en café martínez de cerrito, casi arenales. no me gustan los cafés martínez. me parecen malos (los cafés no son gran cosa en café martínez) y caros. entonces tomo una coca cola. pero algo bueno tienen: buen wi fi. un cuadro me recuerda sus valores. que son bastante discutibles. pero no estoy con ánimos de pelear. esa etapa mía ya pasó.

hoy sería un excelente día para ganar la ruta y desaparecer por unas buenas horas. quizás lo aplique mañana. debo ir a un lugar no muy lejos, digamos que, como máximo, 150 kms. lugar que tenga una ypf, con full y con wi fi. ¿a dónde podría ir?

falté

hoy decidí faltar a la oficina. mandé parte de enfermo. espero que en la full de libertador y josé ingenieros me extrañen. aunque igual, los muy desalmados, dejan que cualquiera se siente en mi lugar.

pero bueno, falté. en verdad, no tenía tiempo para ir. las mañanas las tengo ocupadas con mi papel de padre; y ahora debo ir a hablar con la persona a la que le pago para me que escuche hablar. me esperan 45 minutos. para eso me vine al centro. dejé el auto en lisandro de la torre. toda una decisión. ¿hasta dónde llegar con el auto y valerse del transporte público para ahorrarse unos buenos mangos? antes, llegaba hasta tagle y libertador y sus alrededores; pero es para ir bien temprano, no al mediodía. lo mismo pasa con la isla: no se puede llegar pasadas las 10: no encontrás un lugar ni en pedo.

lo iba a dejar a la altura del tupper del décimo piso de la calle ugarte. pero de sólo pensar que tenía que volver hasta ahí para buscarlo, me deprimió. y como sé que a las 16.30 quizás salga en modo bajón de ver a la persona a la que le pago para que me escuche, pensé que serían dos restas terribles para mi atribulado espíritu.

miércoles, 2 de marzo de 2011

desde el tigre


estoy en la oficina del tigre. al lado del río. las luces se reflejan en el agua. las lanchas colectivas siguen pasando. algunos taxi lanchas también. la noche es cálida. y estaría bueno que acá sirvieran una cerveza. creo que una heineken en la terraza de la full sería un golazo. pero no se vende cerveza acá. una pena.

(sí, dejé las mayúsculas; me da fiaca ponerlas.)

estuve perdido mucho los últimos días. dando vueltas sin llegar a ningún lado. nada me conforma. nada me convence. no tengo nada en este momento. sólo una computadora.

quizás es porque tuve que acomodarme. mi bunker de la avenida libertador y josé ingenieros, últimamente, está muy lleno. hay varios que tienen el tupé de ocupar mi escritorio. también hay una gran afluencia de padres con hijos. están las madres que almuerzan con los chicos en el recreo largo del mediodía; otros, padres divorciados, vienen a quemar las horas hasta devolverlos a la noche (¿caeré en lo mismo?).

pero pasé ahí muchas horas. hasta que hoy, a las cuatro de la tarde, se cortó el wi fi. y eso no se puede. entonces me vine para acá. que también estaba muy ocupada, pero al rato se fue vaciando. al acercarse la noche, volaron los turistas. y quedaron los locales. y yo, que soy sólo un trabajador de esta oficina. y que, una vez más, estoy reprimiendo mis ganas de ir al casino a perder plata. no iré. no pienso ir.

domingo, 27 de febrero de 2011

tarde de domingo

Un domingo tranquilo en la Full de José Ingenieros y Libertador. Estamos los de siempre. Y están los del fin de semana.

A metros míos, una rubia, muy linda, estudió durante un rato largo. Fórmulas y cosas por el estilo. Sin dudas, algo de economía, administración o similares. También un pibe se acercó con un libro enorme, así de gordo (estoy estirando los dedos índice y pulgar). Y a eso de las cuatro de la tarde, apareció mi compañero desempleado.

Debo decir que dudé de él. Hace unos días, al verlo subir a su Megane azul, con un Nextel en la mano, creí que era remisero. Que sólo venía acá a matar el tiempo sin viajes. Pero no. Esta tarde, después de su siesta habitual, fue al auto y buscó un libro. Me dio la impresión de que estaba buscando un upgrade de sus conocimientos, de que el hombre parece que lo han echado de una empresa y trata de incorporar nuevos conocimientos. Bien por él.

Y supongo que algunos se estarán preguntando: ¿y por qué tan pocos posteos últimamente? No, no es que encontré trabajo; sigo con cosas freelance. Y a veces este estado me inmoviliza. Me siento, abro mi computadora, y pongo la página en blanco. El problema es que no tengo que crear nada interesante, sino que tengo que elaborar textos mecánicos sobre la base de una entrevista. Y eso a veces es paralizante. Digo, remarla con tan poco. Lo hago. Escribo. Y al rato estoy seco.

Tan seco como otra rubia que apareció hace un ratito. Flaca, con remera transparente, entró a la Full para comprar una Coca. Cinco segundos después, le hacía señas a su hombre, apostado al lado de un Audi: grande o chica preguntaban sus manos. Grande, contestaba el hombre, muy gordo, muy forrado en guita, muy divorciado dos veces y con una remera azul de polo, con el número 3, también muy grande, en su manga.

lunes, 21 de febrero de 2011

21 de febrero


Los días pasan. Una verdad incuestionable. Pero en mi Full de la YPF de Libertador y José Ingenieros, en La Lucila, el tiempo no altera mucho la vida. La quietud de la tarde, con poco movimiento, contrasta con el andar rápido de los autos que pasan a metros de donde estoy sentado.

Como siempre, compartimos oficina con el hombre que duerme. Mis últimos encuentros con él, que además creo que me reconoce como par, confirman mi teoría de que todavía no anunció su situación en casa. Y que se trata de un desempleado reciente. Afuera estaciona su Megane azul, con patente que empieza con I. Compra de no más de un año. Y que ahora quizás se lo quiera meter en el culo. O no. De hecho, yo no me desprendo de mi Mitsubishi Lancer 98 por nada. Es mi contacto con la vida. Sin él no podría ir a ningún lado. Y como siempre, él duerme. Y yo lo veo dormir.

Posteo menos, sí. Eso es distinto. Estoy con un laburito free lance de buena plata. Bah, buena plata si tenemos en cuenta de que no estoy levantando nada. Y es una mano que me da un amigo. Y eso es doblemente bueno: tener un amigo y que te de una mano.

Creo, igual, que perdí el ritmo inicial. Como que me quedé en la inercia del envión primario. El otro día estuve en el Tigre y nada. Fui a la Full de Vicente López y nada. No es inspiración lo que me falta. Son las ganas.

Espero cambiar en eso al menos. Por ahora, esto es lo que hay. Es poco.

jueves, 17 de febrero de 2011

dos tipos duros

Desde que en 1989, caminando de noche, con amigos, en pleno estado de sitio decretado por don Raúl, que le tengo aversión a la gente con pistolas. Esa noche alguien vio, desde la comodidad de su casa, que cuatro pibes que no alcanzaban los 16 años, caminaban fuera del horario permitido por el gobierno. Acto seguido, llamó por teléfono a alguien [no existía el yankirizado 911] y entonces el que recibió el llamado envió un auto a ver qué pasaba.

Y entonces lo vimos. Era un Taunus, que se nos puso a la par. Y con la ventana baja, un tipo con una pistola nos apuntó. Levantamos las manos. Y el tipo se bajó. Sentí [sentimos] un cagazo tremendo. Y el tipo nos dijo que era cana [estaba de civil, of cors] y nos preguntó qué hacíamos en la calle, que sino sabíamos que había estado de sitio. Y que teníamos que estar en la cama porque éramos unos pendejos de mierda. Y nos dejó ir. Y nos fuimos caminando con las manos alzadas. Creo que en algún momento nos dijo que las bajáramos. Sí, ok, las bajo, pero dejá de apuntarme, pensé. Y no lo hizo, claro.

¿Y a qué vienen estos recuerdos? A que de repente regresan como una trompada en la forma de dos tipos de traje. Los vi entrar a mi oficina, a mi Full que hoy estuvo particularmente tranquila.

Los vi y automáticamente salí. Ellos, los dos, se sentaron contra el ventanal. Son ex canas. Ahora son guardaespaldas. De esos guardaespaldas que mejor no te cruces. Porque te bajan. Y son una pareja despareja, con dos común denominadores: pelo cortado al ras y pistolas en la sobaquera. Está el gordo, que fue el primero de la pareja en abandonar la fuerza. Porque entendió que la plata estaba en otro lado. Escoltando a alguien. Haciendo inteligencia para otro. Y no para el pueblo. Y entendió, también, que su bienestar material se iba a denotar en un aumento paulatino de peso. Hoy, obeso, compra sus trajes en XXL. El otro es el nuevo.

Los veo y lo pienso así. Porque el gordo es más desinhibido, se desparrama en un asiento para dos, levanta su brazo izquierdo y deja al descubierto la pistola [no, no le pongo doble sentido a la frase]. Habla como canchero. Y el otro mira. Y habla por teléfono.

Y los dos me dieron miedo.

miércoles, 16 de febrero de 2011

las tres viejas

Mudé la oficina. Tengo cita en Palermo y por eso me vine al ACA que está cerca de La Rural. Mucho movimiento acá, muchísimo. Y una insoportable televisión con TN a todo volumen. Un tachero compra fasos. Un guardia de seguridad de la US Embassy, tal cual se leía en su badge [hablemos con propiedad, che] se lleva un litro y medio de coca [quizás no permiten el mate ahí].

Yo compré mi agua mineral sin gas obligatoria. Me infla menos. Adelante mío, una vieja compró un sándwich triángulo de pan negro y un café doble. Y me cagó el lugar que yo quería, al lado del ventanal, al lado de un enchufe. Me ganó en una carrera silenciosa y no declarada: ella buscaba su café, al costado de las cajas y yo esperaba que la cajera me diera vuelto. Yo había visto ese lugar primero [cuando llegué, esta Full explotaba]. Y con mi agua y mi vuelto en la mano, la vieja se me metió adelante. Y caminó despacio. Podría haberla salteado, pero seguro que le tiraba la bandeja. Y yo quedaba como un pelotudo, vale decirlo. Y ella se instaló. Porque me ganó. Y vi que se iba a quedar mucho tiempo [de esto que cuento, hace una hora y media, aprox], porque ni bien acomodó sus cosas, sacó de la cartera un recorte de la claringrilla. Y todavía está ahí, entreteniéndose con ganas.

Yo me vine para un costado oscuro, donde monitoreo todo. Como a otra vieja, que tiene la cara de Zulema Yoma, digo, cortada por el mismo bisturí. Ella no hace nada, como Zulema pienso. Sus pelos rubios, como Zulema, contenidos por unos aparatosos anteojos negros, como Zulema. Y usa una camisa a rayas azules y blancas, finitas, como las que recuerdo que usaba Zulema en las fotos de los 90. Pero hace algo original, o al menos algo que nunca le vi hacer a
Zulema: periódicamente se mira los labios pintados y con el espejito se fija si sus dientes no se mancharon. Esta sola. Quizás está esperando algún tipo de arreglo en su auto. Quizás está muy al pedo.
Entre la símil de Zulema y la vieja que me cagó el puesto, hay otra, más arrugada que ambas pero más joven. Mucho sol, mucha pileta o mar o lo que sea, me dice su epidermis gastada. A ella la vi por primera vez cuando salí a fumar. Ella pasó al lado mío y con gesto de asco en la boca, abanicó el aire frente a ella y dijo algo como qué olor o qué tufo o algo así. Me lo tomé personal, por más que la baranda a nafta puede voltearte. Y ahora la veo sentada entre Zulema y la otra. Y ella también hace tiempo. Pero de forma original: mira una película en un reproductor de DVD. De todas las formas en que vi perder el tie
mpo en una estación de servicio, ésa fue la más original. Está mirando El discurso del rey. Una muestra más de que la piratería ganó la batalla hace rato. Vieja chota, un eslabón más en la cadena del trucherío argento, donde todos delinquimos y apuntamos al vecino.

martes, 15 de febrero de 2011

special dsv

Esto es un off topic, desde fuera de mi estación de servicio, de mi Full y mi wi fi.

Miro Notting Hill. Es día de San Valentín. Son las tres de la mañana y Julia Roberts dice eso de que es sólo una chica, parada frente a un chico, pidiéndole que la ame. Y me retuerzo por enésima vez en la cama. La miro sonreír y me vuelve a parecer la mujer más linda del mundo. Y eso que nunca me gustó demasiado Julia Roberts. Creo que hay miles de actrices que están muchísimo mejor [Megan Fox, por ejemplo]. Pero las buenas películas tienen ese efecto: creerte todo, desde el principio hasta el final. Y si dicen que Julia Roberts es la más linda, lo es, porque se transforma en la más linda y la más deseada por dos horas de película.

Notting Hill es adictiva, como una droga: la pasan y la tengo que ver. La vi hasta en castellano. Pero la de anoche era con subtítulos. Y la agarré cuando empezaba. Y no paré de mirarla.

Estaba sensible. Los lunes no son días fáciles. En general, significan el comienzo de la semana laboral. Para mí, desde hace dos meses, es un día más de mi interminable lista de días sin nada que hacer. De mirar por encima de un monitor y observar a los que me rodean. De juzgarlos a través de mis prejuicios latentes y de los otros. Y los lunes son los días en que, desde hace dos meses también, me reúno con mi mujer para dirimir nuestras coincidencias y acercar las diferencias. O al revés. Nos ponemos bajo el arbitrio de una persona que estudió para escuchar y dar una opinión fundamentada. Lo que busco en esos lunes, sin embargo, son dos cosas: ¿tengo razón? Y, ¿quiero a mi mujer? Creo que tengo razón.

Y ayer encima era San Valentín. Nunca celebré esa fecha. No por snobismo anti yanki. Sino porque no nació. Y entonces salí de la reunión con mi mujer y quedé como siempre: atontado, sin saber para dónde disparar. Aturdido por la cantidad y calidad de insultos y chicanas y mala onda que uno es capaz de comprimir en una hora. Fue una fecha más de nuestro fixture de la discordia. Un round más dentro de un ring de cuatro paredes, un sillón mullido y un balcón desde un octavo piso del que dan ganas de tirarse [de esas ganas de tirarse que se dicen, pero que nunca se evalúan en serio]. Y que de vuelta a la calle, tras sesenta minutos, los contendientes se separan ni bien cruzan el umbral. No te conozco y hasta luego. Y camino grogui hasta el auto. Y quedo en trance por varias horas.

No tengo masajista post boxeo. No tengo nada. Sólo una cama prestada en casa ajena. Y un televisor. Prefiero mil veces ver televisión que leer un libro. Y entonces miro televisión, absorbido por lo que sale. Hasta que aparece un Notting Hill, por ejemplo. Y me engancho. Y la miro de principio a fin. Y me creo que Hugh Grant reconoce a la Anna Scott de Julia Roberts pero como no es cholulo ni lo quiere ser, apenas y tartamudea, nervioso. Y entonces me creo una vez más esa historia de amor que nace entre ellos, que los lleva a comer con amigos y hablar de cualquier cosa menos de Hollywood [porque si yo llego a estar con una celebrity de esa envergadura, no paro de preguntarle cosas; pero Hugh Grant y sus amigos no, son auténticos, son simples, son de verdad, porque, de nuevo, me los creo]. Y ya enganchado miro la peli. Y me río cuando los diálogos acuerdan que debo reírme. Y me emociono cuando la música me da el pie efectista. Y no lloro, pero me compenetro con Hugh cuando hace esa gran caminata a través del mercado de Portobello Road y veo que las estaciones le caen encima a lo largo de cien metros. Pasó un año para él. Y para mí también. Y cuando ella vuelve y le regala un Chagall sin que él sepa que es un Chagall lo que está envuelto en papel madera y ella le dice, entonces, la frase esa de que sólo es una chica que quiere que el chico la quiera y él le dice que es imposible, me dan ganas de decirle che, es obvio que es un Chagall y que es sólo un gesto, no importa el valor: es una forma de decirte que te quiere. Pero entonces, él después corre, con sus amigos, porque para eso están los amigos, para acompañarlo en sus locuras, para encontrarse con Julia Roberts e irrumpe en la conferencia de prensa y le pide que se quede y ella se queda. Y al final suena Elvis Costello con eso de she... lari lari la liri li li... y los vemos re centrados y re contentos y nos dicen que el amor es posible.

Y me lo creo. Incluso en un lunes como ayer, un lunes de San Valentín donde no hubo Chagalles ni casas de puertas azules, ni jardines privados, ni sonrisas de bocas enormes y dientes todos blancos, ni mucho menos punch lines ordinarios pero antológicos como el you complete me de Jerry Maguire [no me hagan hablar de Jerry Maguire, por favor]. Y entonces, acostado en la cama vuelvo a creer en el amor. En el amor de película que no tengo. O no supe aguantar.

lunes, 14 de febrero de 2011

día gris

Me encontrás trabajando, casi le digo a mi compañero de oficina. Es que conseguí un conchabo free lance, trabajo duro por algunos mangos. Y está bueno que así sea, aunque sea un one time only (aunque con muchos spin off; no vale la pena explicar, pero será largo).

Estuve el fin de semana fuera de mi oficina. Decreté que me merecía un par de días de vacaciones. Estar un rato con los chicos, ir a tirar plata a la Rural para ver unos dinosaurios mecánicos del traste. Y después ya no daba venir. Menos ayer, que me agarró la resaca del aniversario. Día del traste también.

La fauna de esta YPF hoy está más normal que nunca. Y eso es malo, porque me quita las ganas de observarlas, cual naturalista, cual criticón vouyer.

No sé cómo va a seguir este día. En breve tengo mi reunión de los lunes. Espero no tener que emprender un viaje mágico y misterioso después, como viene ocurriendo todos los lunes.

Y sí, hay sol pero hoy veo todo gris. Qué lo tiró. Y no hay foto entonces.

viernes, 11 de febrero de 2011

aniversario

Volvió mi compañero de oficina. Y volví yo. Volvimos. Estuvimos compartiendo un rato las instalaciones de la Full. Nos turnamos el diario. Y hasta cruzamos miradas. Y después del diario, sus ojos se detuvieron en C5N y tomó su café y esta vez no durmió. Y ahora se fue.

Me dejó solo por un rato. Yo, la radio del traste que ponen acá, los empleados de la Full y nadie más. Durante ese tiempo de soledad me concentré en un laburo que estoy haciendo. E intercambié mails con el grupo de autoayuda que tengo.

Mi status de desempleado cumple mañana dos meses. Dos meses desde que la directora de cuentas me llamó y me dijo, palabras más, palabras menos: che, sorry, pero sabés que el cuadro de la empresa empeoró desde septiembre. Y te vamos a tener que despedir. Ella no tuvo la culpa. Lo sé. Era el más barato para liquidar el sueldo. Trabajaba desde hace tres años ahí; los demás me doblaban en antigüedad.

Hace dos meses, entonces, que estoy boyando. Haciendo un par de cosas free lance. Y trabajando desde acá, desde mi oficina. Que a veces es ambulante y me llevó a recorrer el extrarradio del GBA y un poco más allá. Dos meses en los que todos los días pienso de qué forma revertir la situación. En los que, a veces, anulo por un rato esa sensación de incertidumbre y me sumerjo en un blog, en este blog, y en otros y canalizo la angustia a través de botellas de agua mineral y cigarrillos. A veces no tengo muchas ganas de salir de la cama, pero me obligo a trasladarme, lo que me obliga a bañarme (afeitarme es una materia pendiente).

Dos meses en los que tuve varias entrevistas de trabajo, de las concretas y de las que "bueno, vamos a ver, y si surge algo, te aviso". Dos meses en los que me preocupo por una vieja cuenta que tenía y contacto a gente de entonces y de ahora para ver cómo sigue. Obse, podrían llamarme. Y sí, me alegra saber, por otra parte, que mi laburo de antes continúa rindiendo frutos, por más que no participe de la cosecha. Satisfacción personal.

Pero bueno, dos meses en los que tuve que estoy aprendiendo a no hacer nada por largos ratos, a moderar mi gastos (sí, seguro) y a intercalarlos mis tiempos con las visitas a mis hijos y pensar qué hacer con ellos.

En fin, sesenta días de vacaciones no planeadas y para nada deseadas. Sesenta días que espero que terminen pronto para así abandonar la Full con wi fi y música funcional y amabilidad extrema, pero que en el fondo es una mentira que me está partiendo la cabeza.

No quiero terminar como mi compañero de banco.

jueves, 10 de febrero de 2011

no hay estación acá

En otro arranque de ansias ruteras, hoy a la tarde salí de mi oficina y enfilé para el norte. Panamericana, ruta 9... y paré en Baradero. Que es un pueblo chiquito. Con estaciones de servicio sin wi fi. Con negocios cerrados a la hora de la siesta y un río muy avaro, chiquito: lo que se ve es apenas un brazo de algo que no se ve ni se intuye. Una barcaza en el *puerto* y mucho pescador amateur dando vueltas.

Eso sí, cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, algunos boliches abrieron. Como éste en el que estoy, frente a un plaza típica de pueblo y con feria hippie o lo que sea (ya que hasta incluye un toro mecánico). Y entonces me vine y mi tarde cambió. Porque vi el menú y el porrón de Heineken te lo venden a $7 y el tostado a $8. Y si bien sé que tengo que manejar, no le podía decir que no a una Henineken fría.

Y entonces, de repente, mi humor cambió. Y ahora siento que no estoy al pedo acá, sino que estoy conociendo un lugar. Un lugar que tiene muy poco para ofrecer. Sólo un festival que parece que empieza esta noche, con la Sole como número fuerte del día, y que sigue hasta el domingo con gente como León Gieco, Ignacio Copani (¡ladri!), Pedro Aznar (otro ladri) y Jorge Rojas... Ejem... Y después, nada más. Ni siquiera las barrancas que dan al río están buenas. Una cagada, porque me había venido con ilusiones de encontrar algo interesante. Otro día pruebo con San Pedro. Hay que personas que me aseguran y me reaseguran que está bueno.

vení que te cuento

Primero llegó el padre. Se pidió una hamburguesa Full, unas papas fritas y una Pepsi. Y se sentó frente a la tele. Parece que Mubarak quiere renunciar, informa C5N. Me da lo mismo. Egipto me dejó de importar casi al momento de saltar todo.

Es que hoy me importan pocas cosas. Conseguir trabajo es una. Definir mi vida es otra. Son dos. Suficientes para mantenerme ocupado. Tan ocupado estuve que no pude venir a mi oficina ayer. Fui de acá para allá, haciendo un par de trámites y una changa remunerativa en negro, como me gusta.

Y hoy volví. Pero en verdad quiero estar en otro lugar. El tema es dónde. Digo, quiero que exista un listado con las Full que tienen wi fi, para no clavarme como el otro día en Campana. Y poder ir tranquilo y almorzar ahí. Como están haciendo padre e hijo ahora.

Él, que no tendrá más de 30, y que herederó la gordura del padre, se pidió de esos sándwiches triangulitos e insulsos, que siempre están fríos y húmedos. Y se los zampó en ¿1 minuto? Creo que no demoró más de eso. Y encima estaba hablando. Y le contaba al padre las novedades del negocio. Que habló con X y volvió a ver a J y que ahora tiene que arreglar con O para cerrar no sé qué mierda. Es que mi oído está fallando y ya no escucho como antes.

Pero en verdad ahora me entero porqué están reunidos acá: el chico le quiere contar al padre que cortó con la novia. Y todo saltó porque: ella le dijo "quiero empezar a ir al gimnasio y me anoté en uno por tres meses", y entonces parece que él respondió que "ok, todo bien" y ella agregó que "pero ya no nos vamos a poder ver", "¿por qué?", "porque voy a ir como mínimo tres veces, a la noche, y con la facultad y el trabajo no nos vamos a poder ver", parece que le dijo. Y entonces eso dio pie a hablar sobre qué es lo que espera cada uno y cortaron. Y el padre, mientras tanto, al ver que el chico no está depre, le dijo una boludez como "bueno, ya va a volver", se levantó y se fue.

Y una cosa más: no puede ser que, porque me ausente un par de veces, vuelvan a ocupar mi box. Así, no.

Y che, no identifico la radio que ponen acá, pero siempre siempre siempre, en las Full a las que voy, suena Hello, de Martin Solveig. ¿Signficará algo?

martes, 8 de febrero de 2011

martes en vicente lópez

La infedilidad se paga cara. Ayer pasé sólo un rato por mi oficina. Y escribí desde otras Full, en otros lugares. Incluso una me gustó más que otras. Hoy me la devolvió: el wi fi se cortó a la media hora de llegado. Un garrón. Porque me tuve que ir. No tenía ganas de estar esperando. Aunque, en el fondo, esperar sería una tarea más en mi rutina de estos días. Tiempo es lo que me sobra.

Tengo que hacer tiempo, por ejemplo, hasta las cinco de la tarde, hora en que tengo, parafraseando a mi hijo mayor, una reunión para dejar de pelearme conmigo. Una reunión para ordenar un poco la cabeza.

Pero no tenía wi fi en La Lucila, y me vine a una de las Full más top, la de Vicente López, que está en Libertador y Melo. Al lado está Porsche, y siempre es lindo ver uno de esos autos. El estacionamiento siempre está lleno, además, porque estamos en zona de corporaciones, todos con edificios modernos, de vidrio y acero o lo que sea. Y entonces para acá bajan todos a esta hora, la del mediodía. Algunos compran algo para almorzar. Pero lo que veo es que un montón viene, sin embargo, para sacar plata en el cajero del Supervielle (nota para los bancos más populares: pongan cajeros en las inmediaciones porque sus clientes le pagan la extracción a otro banco; nadie usa la tarjeta del Supervielle).

¿Y cómo sé que los que sacan plata son de las corpos vecinas? Porque a estos muchachos y muchachas de prolijo vestir les gusta ostentar sus tarjetas de identificación. Esas que les sirven para marcar presentismo los delata. Y las tienen a la vista de todos. Y veo sus nombres y sus compañías. ¿Está bueno que todos sepamos dónde trabajás? No creo. Pero supongo que quizás es un objeto de levante. Digo: le estás informando al posible objeto de deseo que tenés un trabajo en una multi y quizás eso te caliente (la seguridad calienta en algunas cabezas) y, por lo tanto, tengas más chances de lograr tu cometido que si sos el fumón del kiosko cercano. O no. Qué me importa.

Acá hay más laptops que en mi oficina. Algunos tienen unos aparatos enormes, impresionantes. Y todos miran concentrados la pantalla. Yo no puedo. Digo, no puedo mirar concentrado la pantalla. Mucho ir y venir. El promedio de extracciones, por ejemplo, está en 10 personas cada 15 minutos, más o menos.

Sin embargo, la que me llama más la atención es una vieja alla Elena Cruz (¿está viva?), en el parecido sobre todo; desconozco sus inclinaciones políticas. Que ya estaba sentada cuando llegué. Y por supuesto estaba leyendo La Nación. Le dio una lectura muy particular a los avisos fúnebres. Es que, como decía un antiguo jefe, "si te moriste y no aparecés en La Nación, no te moriste todavía". Entonces ella se fijó se tenía a alguien conocido ahí. O los leyó particularmente porque tenía un muerto ahí. Y después se comió todo el bodrio de Egipto. Y las cartas de lectores, obviamente. Y debe haber compartido la indignación de algunas, ya que su rostro, arrugado, se puso serio y sus ojos lucían concentrados a través de los anteojitos de lectura.

La vi irse. Se fue cominando. Cruzó Libertador y se dirigía para el otro lado de la vía. Ella, me da la impresión, viene de lunes a viernes a leer La Nación. Y después vuelve. Los fines de semana no. Los fines de semana recibe el diario en su casa. Es que, como mínimo para ser socio del Club La Nación, tenés que recibir el diario en tu casa. Y ella quiere los descuentos.

lunes, 7 de febrero de 2011

doble día de trabajo

Y seguí nómade. Me fui de Maschwitz. Aparecí en el Tigre. El aire acondicionado del ACA atentaba contra mi salud. Y volví al plan de andar un rato sin destino fijo. Sin meterme en la 9, crucé y recorrí el pueblo y pasé por la 26 (por donde está la cancha de Armenio) y aparecí en lo que se conoce como Dique Luján/Villa La Ñata. La ruta, convertida después de varias curvas en la 27, me trajo hasta acá, hasta una nueva oficina.

O sea, si tuviera que cambiar mi oficina actual en La Lucila, la cambiaría por esta. Está al lado del río. Y tiene wi fi, of cors. Sin embargo, esto los fines de semana debe arder mal. Y los días lindos también. Acá también el aire acondicionado está fuerte, pero un café en vez de un agua mineral mitiga las cosas.

Porque a las cosas las tengo que mitigar. Tengo que mitigar, por caso, mis ganas de ir al casino y jugarme unos pesos (estoy muy cerca del Trilenium). Porque siempre creo que, si bien no voy a hacer saltar la banca, al menos algunos miles de pesos me voy a llevar. Esas ideas entre optimista, descerebrada e infantil que suelo arrastrar a lo largo de mi vida adulta. Y si estoy escribiendo ahora es porque no quiero ir al casino.

Y ahora me tendría que poner hablar sobre las apuestas a la vida, con un falso aire de pretensión, pero eso será para otro momento.

Mucho movimiento en esta oficina no hay. Sólo parejas. Allá, casi sobre la puerta, hay dos que parecen que tienen que hablar de algo bastante serio. Están los dos con los brazos cruzados. Ella, rubia, que parece haber tenido un pasado interesante pero que ahora está escondido debajo de varias capas de grasa. Hace ruiditos con la boca, como de desaprobación cada vez que él, con unas bermudas desubicadas para la temperatura actual, le dice algo.

A mi lado (¿o se dice al lado mío?, la otra rubia nunca me contestó) otra pareja, de 50/60 está pasando el rato. Como que están fuera de rutina, como cuando tenés un velorio y después te juntás en una estación de servicio: es decir, venís de hacer algo atípico y buscás anclar en la normalidad con unas medialunas pasadas y un café normalote. No creo que vengan de un velorio. Pero quizás sí. O están haciendo tiempo para otra cosa, para cerrar un negocio. Lo que sea, pero no son de acá, como tampoco lo soy yo.

Dos viejas completan la escena. Dos jubiladas, independientes ellas. Una es del Tigre, seguro. Mira el río como sólo lo miran los que alguna vez lo vieron crecer dentro de su cuarto. Está curtida, podría decir. Sí. Y está aburrida, porque le está dando charla a la amiga que vino de lejos, y que como justo habían decidido hacer algo hoy y no tuvieron tiempo de cancelarlo por lluvia, se tienen que meter adentro de una Full para tomarse el café que se deben y charlar y ponerse al día

Y sí, definitivamente voy a tratar de volver a esta oficina.