
Y entonces lo vimos. Era un Taunus, que se nos puso a la par. Y con la ventana baja, un tipo con una pistola nos apuntó. Levantamos las manos. Y el tipo se bajó. Sentí [sentimos] un cagazo tremendo. Y el tipo nos dijo que era cana [estaba de civil, of cors] y nos preguntó qué hacíamos en la calle, que sino sabíamos que había estado de sitio. Y que teníamos que estar en la cama porque éramos unos pendejos de mierda. Y nos dejó ir. Y nos fuimos caminando con las manos alzadas. Creo que en algún momento nos dijo que las bajáramos. Sí, ok, las bajo, pero dejá de apuntarme, pensé. Y no lo hizo, claro.
¿Y a qué vienen estos recuerdos? A que de repente regresan como una trompada en la forma de dos tipos de traje. Los vi entrar a mi oficina, a mi Full que hoy estuvo particularmente tranquila.
Los vi y automáticamente salí. Ellos, los dos, se sentaron contra el ventanal. Son ex canas. Ahora son guardaespaldas. De esos guardaespaldas que mejor no te cruces. Porque te bajan. Y son una pareja despareja, con dos común denominadores: pelo cortado al ras y pistolas en la sobaquera. Está el gordo, que fue el primero de la pareja en abandonar la fuerza. Porque entendió que la plata estaba en otro lado. Escoltando a alguien. Haciendo inteligencia para otro. Y no para el pueblo. Y entendió, también, que su bienestar material se iba a denotar en un aumento paulatino de peso. Hoy, obeso, compra sus trajes en XXL. El otro es el nuevo.
Los veo y lo pienso así. Porque el gordo es más desinhibido, se desparrama en un asiento para dos, levanta su brazo izquierdo y deja al descubierto la pistola [no, no le pongo doble sentido a la frase]. Habla como canchero. Y el otro mira. Y habla por teléfono.
Y los dos me dieron miedo.
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