
No estoy sentado en mi lugar. Me lo quitó una mina. Ella se vino a trabajar en serio. Se pidió un café doble. Se compró una fanta de litro y medio (ya lleva tomada más de la mitad) y está con carpetas y su laptop desparramadas sobre mi mesa. A su lado, una valija. Está muy concentrada.
Voy contando al menos seis familias que entraron e hicieron el consabido pit stop acá. Ninguna se quedó. Todas juntan las cocas y las aguas minerales y los bizcochos Don Satur y unas papas fritas y quizás también sandwiches y se meten de nuevo en sus autos, a continuar con su vuelta. A acelerar las horas de este domingo que se consume de a poco. Y hay dos chicas lindas que hicieron las compras por el novio.
Es decir, nada cambia. Al menos, desde hace siete años.
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