
Tengo varias cosas para elegir. Pero a veces, como hoy, estoy en contrera al pedo. Y entonces me pido un café doble. Que no es rico. Aunque ya no sé lo que es rico. Creo que mi buen gusto cafetístico se murió en el año 1999, más o menos. Yo trabajaba en un diario y antes de entrar, al mediodía, leía el Clarín en un bar de la esquina (Paseo Colón y Pasaje algo, no me acuerdo). Y el bar era de mala muerte. Pero bueno, nunca había nadie, estaba el diario disponible. Y se podía fumar. Y entonces llegaba y el mozo que atendía (que muchas veces era el dueño) me miraba y ya pedía el café. Eso es impagable. Digo, lo de entrar a un lugar y te adivinen el pedido, la confirmación de convertirse en un parroquiano. Si viviera en un pueblo perdido de España, digamos, cerca de Valencia, quizás, con el tiempo, ya hubiera empezado a ser una cara digna para esas fotos del tiempo muerto, de esas caras que los fotógrafos *serios* buscan cuando no tienen nada que hacer y buscan *rostros de verdad* para explicar la geografía humana de un país. Y que en el fondo no son más que tomas en primerísimo primer plano de gente que está, como yo ahora, al pedo.
Y entonces me acuerdo de que el café de ese bar era horrible. Feo. Asqueroso. Pero era el lugar lo que me llevó a que me gustase. Y entonces siempre me encantó ese bar, que tenía una barra de décadas, con acolchado y botellas de Criadores y de Legui y de Añejo W y de licores Mariposa contra el espejo posterior. Y que cuando alguien pedía un bife o algo así, el humo salía desde la cocina invadiéndolo todo. Hasta mi café feo, pero que para ese entonces, ya era *pintoresco*. O sea, rico.
Es hora de almorzar acá. Y entonces aparece lo mejor de la fauna de esta Full de José Ingenieros y Libertador. Las
milfs del barrio. Que como estamos en zona de influencia de los dos grandes baluartes del corredor norte (partidos de San Isidro y Vicente López) está constituida por mujeres lindas. Que están buenas. Y que les gusta hacernos saber que están buenas.
Y con ellas almuerzo. Está bueno.
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