Es mi oficina. Vengo acá casi todos los días. Tiene wifi. Pero tiene, sobre todo, muy poca gente. Y no, no me refiero a la gente que viene con los autos, carga nafta, mide el aceite, limpia los parabrisas y cosas así. Sino a las personas que entran. Que se compran algo en la full y se sientan y pasan el rato. De este género particular de seres humanos, la Full de la YPF de La Lucila tiene pocos. La mayoría son nómades. Se quedan, como mucho, una hora. Leen los diarios, toman un café, a veces se compran las hamburguesas que se venden acá (no tienen mucha salida los rolls que arden, por ejemplo, en la Full de Figueroa Alcorta y Echeverría).
Pero si falta gente, sobra buena onda. Los tipos que te atienden están bien. No se andan con roscas y, lo mejor de todo, no se toman a mal que me instale con una agua mineral sin gas a ver pasar las horas.
Decía que somos pocos los habitués. Creo que somos dos los que podríamos calificar como parroquianos fieles, con un promedio de tres a cuatro horas por día como mínimo. Como dije, soy uno de este pequeño número par.
La mayoría de las veces llego por la mañana. Estaciono casi en la puerta. Del lado en que están los cargadores de nafta (no los surtidores). Del lado del que cuando llega el camión, aparecen los playeros a preguntarme si no quiero correr el auto porque va a estar tapado por una hora más o menos hasta que se carguen los tanques subterráneos. Y les contesto que no se preocupen, que está todo bien. Que me quedo un rato. Creo que los chicos que atienden ya me reconocen. Hasta saben cuál es mi mesa: la del fondo a la derecha, mirando desde la puerta. Desde acá domino el panorama. Y no tengo nadie atrás. Veo todo el movimiento de los que entran (bueno, salvo cuando van a la sección supermercado). O sea, soy el monitor de la zona de mesas. De lo único que me pierdo es de ver la tele, un lcd de 32" que antes estaba en C5N y que esta semana viró hacia TN. No le veo ninguna referencia política a esto. Sobre todo porque no tiene volumen. Lo que sí se escucha es una radio eterna y que pasa temas *latinos* y oldies.
Entre semana, la vida es tranquila. Pocos oficinistas que venimos, nos instalamos un rato, trabajamos y nos vamos. Soy el más duradero, eso sí. Bueno, y el otro también. Él está grande, debe haber llegado a los 60 (o debe estar por hacerlo). A mí me falta un rato todavía para llegar a los 40. A ambos nos gusta leer los diarios. Si bien tengo la computadora, todavía no puedo leer los diarios por internet. Sí, visito sus sitios, veo los *urgentes*, los *último momento*, pero paso de seguir la lectura lógica del papel en digital. Entonces, tácitamente, nos turnamos con el otro oficinista para leer lo que hay acá: La Nación y Clarín (otra vez, no le doy lectura política a esto; además, pocas cosas más aburridas que leer los BAE que te dan en otras Full, como la del ACA de Libertador y Tagle). En lo que él me gana es en falta de vergüenza. Yo cada cuatro horas *tengo* que comprar algo. Necesito decirle a la gente que atiende que no estoy acá sólo porque no tengo trabajo. Sino que estoy acá porque es buen lugar para estar y trabajar y pasar el rato. Y ver gente. Como el oficinista sin vergüenza, al que un café lo habilita a estar todo el día, o casi todo el día, de cara a la tele.

A veces se levanta a eso de la una de la tarde, para volver un rato después (ya sin compra nueva). Y echarse siestas. aunque también duerme a la mañana.
Más allá de su desparpajo siestístico, lo que me pasma es su cara. porque no quiero tener su cara en el futuro. Es la cara de un hombre que sí, que está sin trabajo pero que, además, guarda una gran pena. A veces lo veo, dentro de todo, bien vestido: pantalón, camisa, zapatos; y fantaseo: pienso que todavía no le contó a su mujer que lo rajaron del laburo y entonces se escapa todas las mañanas a una estación de servicio, lejos de su casa, para que no lo descubran. Y eso, de nuevo, me deja helado.
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