domingo, 27 de febrero de 2011

tarde de domingo

Un domingo tranquilo en la Full de José Ingenieros y Libertador. Estamos los de siempre. Y están los del fin de semana.

A metros míos, una rubia, muy linda, estudió durante un rato largo. Fórmulas y cosas por el estilo. Sin dudas, algo de economía, administración o similares. También un pibe se acercó con un libro enorme, así de gordo (estoy estirando los dedos índice y pulgar). Y a eso de las cuatro de la tarde, apareció mi compañero desempleado.

Debo decir que dudé de él. Hace unos días, al verlo subir a su Megane azul, con un Nextel en la mano, creí que era remisero. Que sólo venía acá a matar el tiempo sin viajes. Pero no. Esta tarde, después de su siesta habitual, fue al auto y buscó un libro. Me dio la impresión de que estaba buscando un upgrade de sus conocimientos, de que el hombre parece que lo han echado de una empresa y trata de incorporar nuevos conocimientos. Bien por él.

Y supongo que algunos se estarán preguntando: ¿y por qué tan pocos posteos últimamente? No, no es que encontré trabajo; sigo con cosas freelance. Y a veces este estado me inmoviliza. Me siento, abro mi computadora, y pongo la página en blanco. El problema es que no tengo que crear nada interesante, sino que tengo que elaborar textos mecánicos sobre la base de una entrevista. Y eso a veces es paralizante. Digo, remarla con tan poco. Lo hago. Escribo. Y al rato estoy seco.

Tan seco como otra rubia que apareció hace un ratito. Flaca, con remera transparente, entró a la Full para comprar una Coca. Cinco segundos después, le hacía señas a su hombre, apostado al lado de un Audi: grande o chica preguntaban sus manos. Grande, contestaba el hombre, muy gordo, muy forrado en guita, muy divorciado dos veces y con una remera azul de polo, con el número 3, también muy grande, en su manga.

lunes, 21 de febrero de 2011

21 de febrero


Los días pasan. Una verdad incuestionable. Pero en mi Full de la YPF de Libertador y José Ingenieros, en La Lucila, el tiempo no altera mucho la vida. La quietud de la tarde, con poco movimiento, contrasta con el andar rápido de los autos que pasan a metros de donde estoy sentado.

Como siempre, compartimos oficina con el hombre que duerme. Mis últimos encuentros con él, que además creo que me reconoce como par, confirman mi teoría de que todavía no anunció su situación en casa. Y que se trata de un desempleado reciente. Afuera estaciona su Megane azul, con patente que empieza con I. Compra de no más de un año. Y que ahora quizás se lo quiera meter en el culo. O no. De hecho, yo no me desprendo de mi Mitsubishi Lancer 98 por nada. Es mi contacto con la vida. Sin él no podría ir a ningún lado. Y como siempre, él duerme. Y yo lo veo dormir.

Posteo menos, sí. Eso es distinto. Estoy con un laburito free lance de buena plata. Bah, buena plata si tenemos en cuenta de que no estoy levantando nada. Y es una mano que me da un amigo. Y eso es doblemente bueno: tener un amigo y que te de una mano.

Creo, igual, que perdí el ritmo inicial. Como que me quedé en la inercia del envión primario. El otro día estuve en el Tigre y nada. Fui a la Full de Vicente López y nada. No es inspiración lo que me falta. Son las ganas.

Espero cambiar en eso al menos. Por ahora, esto es lo que hay. Es poco.

jueves, 17 de febrero de 2011

dos tipos duros

Desde que en 1989, caminando de noche, con amigos, en pleno estado de sitio decretado por don Raúl, que le tengo aversión a la gente con pistolas. Esa noche alguien vio, desde la comodidad de su casa, que cuatro pibes que no alcanzaban los 16 años, caminaban fuera del horario permitido por el gobierno. Acto seguido, llamó por teléfono a alguien [no existía el yankirizado 911] y entonces el que recibió el llamado envió un auto a ver qué pasaba.

Y entonces lo vimos. Era un Taunus, que se nos puso a la par. Y con la ventana baja, un tipo con una pistola nos apuntó. Levantamos las manos. Y el tipo se bajó. Sentí [sentimos] un cagazo tremendo. Y el tipo nos dijo que era cana [estaba de civil, of cors] y nos preguntó qué hacíamos en la calle, que sino sabíamos que había estado de sitio. Y que teníamos que estar en la cama porque éramos unos pendejos de mierda. Y nos dejó ir. Y nos fuimos caminando con las manos alzadas. Creo que en algún momento nos dijo que las bajáramos. Sí, ok, las bajo, pero dejá de apuntarme, pensé. Y no lo hizo, claro.

¿Y a qué vienen estos recuerdos? A que de repente regresan como una trompada en la forma de dos tipos de traje. Los vi entrar a mi oficina, a mi Full que hoy estuvo particularmente tranquila.

Los vi y automáticamente salí. Ellos, los dos, se sentaron contra el ventanal. Son ex canas. Ahora son guardaespaldas. De esos guardaespaldas que mejor no te cruces. Porque te bajan. Y son una pareja despareja, con dos común denominadores: pelo cortado al ras y pistolas en la sobaquera. Está el gordo, que fue el primero de la pareja en abandonar la fuerza. Porque entendió que la plata estaba en otro lado. Escoltando a alguien. Haciendo inteligencia para otro. Y no para el pueblo. Y entendió, también, que su bienestar material se iba a denotar en un aumento paulatino de peso. Hoy, obeso, compra sus trajes en XXL. El otro es el nuevo.

Los veo y lo pienso así. Porque el gordo es más desinhibido, se desparrama en un asiento para dos, levanta su brazo izquierdo y deja al descubierto la pistola [no, no le pongo doble sentido a la frase]. Habla como canchero. Y el otro mira. Y habla por teléfono.

Y los dos me dieron miedo.

miércoles, 16 de febrero de 2011

las tres viejas

Mudé la oficina. Tengo cita en Palermo y por eso me vine al ACA que está cerca de La Rural. Mucho movimiento acá, muchísimo. Y una insoportable televisión con TN a todo volumen. Un tachero compra fasos. Un guardia de seguridad de la US Embassy, tal cual se leía en su badge [hablemos con propiedad, che] se lleva un litro y medio de coca [quizás no permiten el mate ahí].

Yo compré mi agua mineral sin gas obligatoria. Me infla menos. Adelante mío, una vieja compró un sándwich triángulo de pan negro y un café doble. Y me cagó el lugar que yo quería, al lado del ventanal, al lado de un enchufe. Me ganó en una carrera silenciosa y no declarada: ella buscaba su café, al costado de las cajas y yo esperaba que la cajera me diera vuelto. Yo había visto ese lugar primero [cuando llegué, esta Full explotaba]. Y con mi agua y mi vuelto en la mano, la vieja se me metió adelante. Y caminó despacio. Podría haberla salteado, pero seguro que le tiraba la bandeja. Y yo quedaba como un pelotudo, vale decirlo. Y ella se instaló. Porque me ganó. Y vi que se iba a quedar mucho tiempo [de esto que cuento, hace una hora y media, aprox], porque ni bien acomodó sus cosas, sacó de la cartera un recorte de la claringrilla. Y todavía está ahí, entreteniéndose con ganas.

Yo me vine para un costado oscuro, donde monitoreo todo. Como a otra vieja, que tiene la cara de Zulema Yoma, digo, cortada por el mismo bisturí. Ella no hace nada, como Zulema pienso. Sus pelos rubios, como Zulema, contenidos por unos aparatosos anteojos negros, como Zulema. Y usa una camisa a rayas azules y blancas, finitas, como las que recuerdo que usaba Zulema en las fotos de los 90. Pero hace algo original, o al menos algo que nunca le vi hacer a
Zulema: periódicamente se mira los labios pintados y con el espejito se fija si sus dientes no se mancharon. Esta sola. Quizás está esperando algún tipo de arreglo en su auto. Quizás está muy al pedo.
Entre la símil de Zulema y la vieja que me cagó el puesto, hay otra, más arrugada que ambas pero más joven. Mucho sol, mucha pileta o mar o lo que sea, me dice su epidermis gastada. A ella la vi por primera vez cuando salí a fumar. Ella pasó al lado mío y con gesto de asco en la boca, abanicó el aire frente a ella y dijo algo como qué olor o qué tufo o algo así. Me lo tomé personal, por más que la baranda a nafta puede voltearte. Y ahora la veo sentada entre Zulema y la otra. Y ella también hace tiempo. Pero de forma original: mira una película en un reproductor de DVD. De todas las formas en que vi perder el tie
mpo en una estación de servicio, ésa fue la más original. Está mirando El discurso del rey. Una muestra más de que la piratería ganó la batalla hace rato. Vieja chota, un eslabón más en la cadena del trucherío argento, donde todos delinquimos y apuntamos al vecino.

martes, 15 de febrero de 2011

special dsv

Esto es un off topic, desde fuera de mi estación de servicio, de mi Full y mi wi fi.

Miro Notting Hill. Es día de San Valentín. Son las tres de la mañana y Julia Roberts dice eso de que es sólo una chica, parada frente a un chico, pidiéndole que la ame. Y me retuerzo por enésima vez en la cama. La miro sonreír y me vuelve a parecer la mujer más linda del mundo. Y eso que nunca me gustó demasiado Julia Roberts. Creo que hay miles de actrices que están muchísimo mejor [Megan Fox, por ejemplo]. Pero las buenas películas tienen ese efecto: creerte todo, desde el principio hasta el final. Y si dicen que Julia Roberts es la más linda, lo es, porque se transforma en la más linda y la más deseada por dos horas de película.

Notting Hill es adictiva, como una droga: la pasan y la tengo que ver. La vi hasta en castellano. Pero la de anoche era con subtítulos. Y la agarré cuando empezaba. Y no paré de mirarla.

Estaba sensible. Los lunes no son días fáciles. En general, significan el comienzo de la semana laboral. Para mí, desde hace dos meses, es un día más de mi interminable lista de días sin nada que hacer. De mirar por encima de un monitor y observar a los que me rodean. De juzgarlos a través de mis prejuicios latentes y de los otros. Y los lunes son los días en que, desde hace dos meses también, me reúno con mi mujer para dirimir nuestras coincidencias y acercar las diferencias. O al revés. Nos ponemos bajo el arbitrio de una persona que estudió para escuchar y dar una opinión fundamentada. Lo que busco en esos lunes, sin embargo, son dos cosas: ¿tengo razón? Y, ¿quiero a mi mujer? Creo que tengo razón.

Y ayer encima era San Valentín. Nunca celebré esa fecha. No por snobismo anti yanki. Sino porque no nació. Y entonces salí de la reunión con mi mujer y quedé como siempre: atontado, sin saber para dónde disparar. Aturdido por la cantidad y calidad de insultos y chicanas y mala onda que uno es capaz de comprimir en una hora. Fue una fecha más de nuestro fixture de la discordia. Un round más dentro de un ring de cuatro paredes, un sillón mullido y un balcón desde un octavo piso del que dan ganas de tirarse [de esas ganas de tirarse que se dicen, pero que nunca se evalúan en serio]. Y que de vuelta a la calle, tras sesenta minutos, los contendientes se separan ni bien cruzan el umbral. No te conozco y hasta luego. Y camino grogui hasta el auto. Y quedo en trance por varias horas.

No tengo masajista post boxeo. No tengo nada. Sólo una cama prestada en casa ajena. Y un televisor. Prefiero mil veces ver televisión que leer un libro. Y entonces miro televisión, absorbido por lo que sale. Hasta que aparece un Notting Hill, por ejemplo. Y me engancho. Y la miro de principio a fin. Y me creo que Hugh Grant reconoce a la Anna Scott de Julia Roberts pero como no es cholulo ni lo quiere ser, apenas y tartamudea, nervioso. Y entonces me creo una vez más esa historia de amor que nace entre ellos, que los lleva a comer con amigos y hablar de cualquier cosa menos de Hollywood [porque si yo llego a estar con una celebrity de esa envergadura, no paro de preguntarle cosas; pero Hugh Grant y sus amigos no, son auténticos, son simples, son de verdad, porque, de nuevo, me los creo]. Y ya enganchado miro la peli. Y me río cuando los diálogos acuerdan que debo reírme. Y me emociono cuando la música me da el pie efectista. Y no lloro, pero me compenetro con Hugh cuando hace esa gran caminata a través del mercado de Portobello Road y veo que las estaciones le caen encima a lo largo de cien metros. Pasó un año para él. Y para mí también. Y cuando ella vuelve y le regala un Chagall sin que él sepa que es un Chagall lo que está envuelto en papel madera y ella le dice, entonces, la frase esa de que sólo es una chica que quiere que el chico la quiera y él le dice que es imposible, me dan ganas de decirle che, es obvio que es un Chagall y que es sólo un gesto, no importa el valor: es una forma de decirte que te quiere. Pero entonces, él después corre, con sus amigos, porque para eso están los amigos, para acompañarlo en sus locuras, para encontrarse con Julia Roberts e irrumpe en la conferencia de prensa y le pide que se quede y ella se queda. Y al final suena Elvis Costello con eso de she... lari lari la liri li li... y los vemos re centrados y re contentos y nos dicen que el amor es posible.

Y me lo creo. Incluso en un lunes como ayer, un lunes de San Valentín donde no hubo Chagalles ni casas de puertas azules, ni jardines privados, ni sonrisas de bocas enormes y dientes todos blancos, ni mucho menos punch lines ordinarios pero antológicos como el you complete me de Jerry Maguire [no me hagan hablar de Jerry Maguire, por favor]. Y entonces, acostado en la cama vuelvo a creer en el amor. En el amor de película que no tengo. O no supe aguantar.

lunes, 14 de febrero de 2011

día gris

Me encontrás trabajando, casi le digo a mi compañero de oficina. Es que conseguí un conchabo free lance, trabajo duro por algunos mangos. Y está bueno que así sea, aunque sea un one time only (aunque con muchos spin off; no vale la pena explicar, pero será largo).

Estuve el fin de semana fuera de mi oficina. Decreté que me merecía un par de días de vacaciones. Estar un rato con los chicos, ir a tirar plata a la Rural para ver unos dinosaurios mecánicos del traste. Y después ya no daba venir. Menos ayer, que me agarró la resaca del aniversario. Día del traste también.

La fauna de esta YPF hoy está más normal que nunca. Y eso es malo, porque me quita las ganas de observarlas, cual naturalista, cual criticón vouyer.

No sé cómo va a seguir este día. En breve tengo mi reunión de los lunes. Espero no tener que emprender un viaje mágico y misterioso después, como viene ocurriendo todos los lunes.

Y sí, hay sol pero hoy veo todo gris. Qué lo tiró. Y no hay foto entonces.

viernes, 11 de febrero de 2011

aniversario

Volvió mi compañero de oficina. Y volví yo. Volvimos. Estuvimos compartiendo un rato las instalaciones de la Full. Nos turnamos el diario. Y hasta cruzamos miradas. Y después del diario, sus ojos se detuvieron en C5N y tomó su café y esta vez no durmió. Y ahora se fue.

Me dejó solo por un rato. Yo, la radio del traste que ponen acá, los empleados de la Full y nadie más. Durante ese tiempo de soledad me concentré en un laburo que estoy haciendo. E intercambié mails con el grupo de autoayuda que tengo.

Mi status de desempleado cumple mañana dos meses. Dos meses desde que la directora de cuentas me llamó y me dijo, palabras más, palabras menos: che, sorry, pero sabés que el cuadro de la empresa empeoró desde septiembre. Y te vamos a tener que despedir. Ella no tuvo la culpa. Lo sé. Era el más barato para liquidar el sueldo. Trabajaba desde hace tres años ahí; los demás me doblaban en antigüedad.

Hace dos meses, entonces, que estoy boyando. Haciendo un par de cosas free lance. Y trabajando desde acá, desde mi oficina. Que a veces es ambulante y me llevó a recorrer el extrarradio del GBA y un poco más allá. Dos meses en los que todos los días pienso de qué forma revertir la situación. En los que, a veces, anulo por un rato esa sensación de incertidumbre y me sumerjo en un blog, en este blog, y en otros y canalizo la angustia a través de botellas de agua mineral y cigarrillos. A veces no tengo muchas ganas de salir de la cama, pero me obligo a trasladarme, lo que me obliga a bañarme (afeitarme es una materia pendiente).

Dos meses en los que tuve varias entrevistas de trabajo, de las concretas y de las que "bueno, vamos a ver, y si surge algo, te aviso". Dos meses en los que me preocupo por una vieja cuenta que tenía y contacto a gente de entonces y de ahora para ver cómo sigue. Obse, podrían llamarme. Y sí, me alegra saber, por otra parte, que mi laburo de antes continúa rindiendo frutos, por más que no participe de la cosecha. Satisfacción personal.

Pero bueno, dos meses en los que tuve que estoy aprendiendo a no hacer nada por largos ratos, a moderar mi gastos (sí, seguro) y a intercalarlos mis tiempos con las visitas a mis hijos y pensar qué hacer con ellos.

En fin, sesenta días de vacaciones no planeadas y para nada deseadas. Sesenta días que espero que terminen pronto para así abandonar la Full con wi fi y música funcional y amabilidad extrema, pero que en el fondo es una mentira que me está partiendo la cabeza.

No quiero terminar como mi compañero de banco.

jueves, 10 de febrero de 2011

no hay estación acá

En otro arranque de ansias ruteras, hoy a la tarde salí de mi oficina y enfilé para el norte. Panamericana, ruta 9... y paré en Baradero. Que es un pueblo chiquito. Con estaciones de servicio sin wi fi. Con negocios cerrados a la hora de la siesta y un río muy avaro, chiquito: lo que se ve es apenas un brazo de algo que no se ve ni se intuye. Una barcaza en el *puerto* y mucho pescador amateur dando vueltas.

Eso sí, cuando el reloj marcó las cinco de la tarde, algunos boliches abrieron. Como éste en el que estoy, frente a un plaza típica de pueblo y con feria hippie o lo que sea (ya que hasta incluye un toro mecánico). Y entonces me vine y mi tarde cambió. Porque vi el menú y el porrón de Heineken te lo venden a $7 y el tostado a $8. Y si bien sé que tengo que manejar, no le podía decir que no a una Henineken fría.

Y entonces, de repente, mi humor cambió. Y ahora siento que no estoy al pedo acá, sino que estoy conociendo un lugar. Un lugar que tiene muy poco para ofrecer. Sólo un festival que parece que empieza esta noche, con la Sole como número fuerte del día, y que sigue hasta el domingo con gente como León Gieco, Ignacio Copani (¡ladri!), Pedro Aznar (otro ladri) y Jorge Rojas... Ejem... Y después, nada más. Ni siquiera las barrancas que dan al río están buenas. Una cagada, porque me había venido con ilusiones de encontrar algo interesante. Otro día pruebo con San Pedro. Hay que personas que me aseguran y me reaseguran que está bueno.

vení que te cuento

Primero llegó el padre. Se pidió una hamburguesa Full, unas papas fritas y una Pepsi. Y se sentó frente a la tele. Parece que Mubarak quiere renunciar, informa C5N. Me da lo mismo. Egipto me dejó de importar casi al momento de saltar todo.

Es que hoy me importan pocas cosas. Conseguir trabajo es una. Definir mi vida es otra. Son dos. Suficientes para mantenerme ocupado. Tan ocupado estuve que no pude venir a mi oficina ayer. Fui de acá para allá, haciendo un par de trámites y una changa remunerativa en negro, como me gusta.

Y hoy volví. Pero en verdad quiero estar en otro lugar. El tema es dónde. Digo, quiero que exista un listado con las Full que tienen wi fi, para no clavarme como el otro día en Campana. Y poder ir tranquilo y almorzar ahí. Como están haciendo padre e hijo ahora.

Él, que no tendrá más de 30, y que herederó la gordura del padre, se pidió de esos sándwiches triangulitos e insulsos, que siempre están fríos y húmedos. Y se los zampó en ¿1 minuto? Creo que no demoró más de eso. Y encima estaba hablando. Y le contaba al padre las novedades del negocio. Que habló con X y volvió a ver a J y que ahora tiene que arreglar con O para cerrar no sé qué mierda. Es que mi oído está fallando y ya no escucho como antes.

Pero en verdad ahora me entero porqué están reunidos acá: el chico le quiere contar al padre que cortó con la novia. Y todo saltó porque: ella le dijo "quiero empezar a ir al gimnasio y me anoté en uno por tres meses", y entonces parece que él respondió que "ok, todo bien" y ella agregó que "pero ya no nos vamos a poder ver", "¿por qué?", "porque voy a ir como mínimo tres veces, a la noche, y con la facultad y el trabajo no nos vamos a poder ver", parece que le dijo. Y entonces eso dio pie a hablar sobre qué es lo que espera cada uno y cortaron. Y el padre, mientras tanto, al ver que el chico no está depre, le dijo una boludez como "bueno, ya va a volver", se levantó y se fue.

Y una cosa más: no puede ser que, porque me ausente un par de veces, vuelvan a ocupar mi box. Así, no.

Y che, no identifico la radio que ponen acá, pero siempre siempre siempre, en las Full a las que voy, suena Hello, de Martin Solveig. ¿Signficará algo?

martes, 8 de febrero de 2011

martes en vicente lópez

La infedilidad se paga cara. Ayer pasé sólo un rato por mi oficina. Y escribí desde otras Full, en otros lugares. Incluso una me gustó más que otras. Hoy me la devolvió: el wi fi se cortó a la media hora de llegado. Un garrón. Porque me tuve que ir. No tenía ganas de estar esperando. Aunque, en el fondo, esperar sería una tarea más en mi rutina de estos días. Tiempo es lo que me sobra.

Tengo que hacer tiempo, por ejemplo, hasta las cinco de la tarde, hora en que tengo, parafraseando a mi hijo mayor, una reunión para dejar de pelearme conmigo. Una reunión para ordenar un poco la cabeza.

Pero no tenía wi fi en La Lucila, y me vine a una de las Full más top, la de Vicente López, que está en Libertador y Melo. Al lado está Porsche, y siempre es lindo ver uno de esos autos. El estacionamiento siempre está lleno, además, porque estamos en zona de corporaciones, todos con edificios modernos, de vidrio y acero o lo que sea. Y entonces para acá bajan todos a esta hora, la del mediodía. Algunos compran algo para almorzar. Pero lo que veo es que un montón viene, sin embargo, para sacar plata en el cajero del Supervielle (nota para los bancos más populares: pongan cajeros en las inmediaciones porque sus clientes le pagan la extracción a otro banco; nadie usa la tarjeta del Supervielle).

¿Y cómo sé que los que sacan plata son de las corpos vecinas? Porque a estos muchachos y muchachas de prolijo vestir les gusta ostentar sus tarjetas de identificación. Esas que les sirven para marcar presentismo los delata. Y las tienen a la vista de todos. Y veo sus nombres y sus compañías. ¿Está bueno que todos sepamos dónde trabajás? No creo. Pero supongo que quizás es un objeto de levante. Digo: le estás informando al posible objeto de deseo que tenés un trabajo en una multi y quizás eso te caliente (la seguridad calienta en algunas cabezas) y, por lo tanto, tengas más chances de lograr tu cometido que si sos el fumón del kiosko cercano. O no. Qué me importa.

Acá hay más laptops que en mi oficina. Algunos tienen unos aparatos enormes, impresionantes. Y todos miran concentrados la pantalla. Yo no puedo. Digo, no puedo mirar concentrado la pantalla. Mucho ir y venir. El promedio de extracciones, por ejemplo, está en 10 personas cada 15 minutos, más o menos.

Sin embargo, la que me llama más la atención es una vieja alla Elena Cruz (¿está viva?), en el parecido sobre todo; desconozco sus inclinaciones políticas. Que ya estaba sentada cuando llegué. Y por supuesto estaba leyendo La Nación. Le dio una lectura muy particular a los avisos fúnebres. Es que, como decía un antiguo jefe, "si te moriste y no aparecés en La Nación, no te moriste todavía". Entonces ella se fijó se tenía a alguien conocido ahí. O los leyó particularmente porque tenía un muerto ahí. Y después se comió todo el bodrio de Egipto. Y las cartas de lectores, obviamente. Y debe haber compartido la indignación de algunas, ya que su rostro, arrugado, se puso serio y sus ojos lucían concentrados a través de los anteojitos de lectura.

La vi irse. Se fue cominando. Cruzó Libertador y se dirigía para el otro lado de la vía. Ella, me da la impresión, viene de lunes a viernes a leer La Nación. Y después vuelve. Los fines de semana no. Los fines de semana recibe el diario en su casa. Es que, como mínimo para ser socio del Club La Nación, tenés que recibir el diario en tu casa. Y ella quiere los descuentos.

lunes, 7 de febrero de 2011

doble día de trabajo

Y seguí nómade. Me fui de Maschwitz. Aparecí en el Tigre. El aire acondicionado del ACA atentaba contra mi salud. Y volví al plan de andar un rato sin destino fijo. Sin meterme en la 9, crucé y recorrí el pueblo y pasé por la 26 (por donde está la cancha de Armenio) y aparecí en lo que se conoce como Dique Luján/Villa La Ñata. La ruta, convertida después de varias curvas en la 27, me trajo hasta acá, hasta una nueva oficina.

O sea, si tuviera que cambiar mi oficina actual en La Lucila, la cambiaría por esta. Está al lado del río. Y tiene wi fi, of cors. Sin embargo, esto los fines de semana debe arder mal. Y los días lindos también. Acá también el aire acondicionado está fuerte, pero un café en vez de un agua mineral mitiga las cosas.

Porque a las cosas las tengo que mitigar. Tengo que mitigar, por caso, mis ganas de ir al casino y jugarme unos pesos (estoy muy cerca del Trilenium). Porque siempre creo que, si bien no voy a hacer saltar la banca, al menos algunos miles de pesos me voy a llevar. Esas ideas entre optimista, descerebrada e infantil que suelo arrastrar a lo largo de mi vida adulta. Y si estoy escribiendo ahora es porque no quiero ir al casino.

Y ahora me tendría que poner hablar sobre las apuestas a la vida, con un falso aire de pretensión, pero eso será para otro momento.

Mucho movimiento en esta oficina no hay. Sólo parejas. Allá, casi sobre la puerta, hay dos que parecen que tienen que hablar de algo bastante serio. Están los dos con los brazos cruzados. Ella, rubia, que parece haber tenido un pasado interesante pero que ahora está escondido debajo de varias capas de grasa. Hace ruiditos con la boca, como de desaprobación cada vez que él, con unas bermudas desubicadas para la temperatura actual, le dice algo.

A mi lado (¿o se dice al lado mío?, la otra rubia nunca me contestó) otra pareja, de 50/60 está pasando el rato. Como que están fuera de rutina, como cuando tenés un velorio y después te juntás en una estación de servicio: es decir, venís de hacer algo atípico y buscás anclar en la normalidad con unas medialunas pasadas y un café normalote. No creo que vengan de un velorio. Pero quizás sí. O están haciendo tiempo para otra cosa, para cerrar un negocio. Lo que sea, pero no son de acá, como tampoco lo soy yo.

Dos viejas completan la escena. Dos jubiladas, independientes ellas. Una es del Tigre, seguro. Mira el río como sólo lo miran los que alguna vez lo vieron crecer dentro de su cuarto. Está curtida, podría decir. Sí. Y está aburrida, porque le está dando charla a la amiga que vino de lejos, y que como justo habían decidido hacer algo hoy y no tuvieron tiempo de cancelarlo por lluvia, se tienen que meter adentro de una Full para tomarse el café que se deben y charlar y ponerse al día

Y sí, definitivamente voy a tratar de volver a esta oficina.

lejos

Y me fui lejos. Es que los lunes son días difíciles. Son raros. Son el empezar de una semana que, para mí, no empieza. Y encima, al mediodía, siempre tengo una reunión, los lunes, que deja para el culo. Y entonces hoy, después de la reunión que me dejó para el culo -y después de haber estadodos horas, a la mañna, en mi oficina de siempre, me vine lejos. Agarré el auto y manejé. Hasta Campana.

Últimamente tengo algo con el río. Ya van dos veces que hice el camino de la costa hasta Benavídez. A paso de hombre. Y hoy me vine más lejos. Aunque el plan no salió todo lo bien que esperaba. No conocía Campana. Creo que alguna vez fui al Ítalo Argentino o algo así. Y otra entré, pero directamente al puerto, y salí corriendo. Esta vez me metí bien. Y llegué hasta el río. Y saqué una foto. Pero no había lugar para estar ahí, bajo la lluvia. Y busqué, entonces, una estación de servicio. Encontré una Petrobras, que era ideal.

Era de esas estaciones de servicio que me gustan: en primer lugar, porque se podía fumar. Y después, porque era tranquila. Había otro clima. Y me meto directo en el lugar común: era de pueblo. El único ruido, la cafetera. Y después, un televisor de 32", cuadrado, con TN. Y había una pareja que hablaba casi con signos. Y un hombre y dos amigos, contándose cosas de gente conocida por ellos. Uno era el dueño. Y el que me dijo que la clave del wi fi era "Campana1". Pero nunca me pude conectar. Y estuve 1o minutos probando. Y con mucha, mucha pena, me tuve que ir. Y probé en la Full de la YPF a la entrada de Campana, pero no tenían wi fi.

Y ahora estoy en el ACA de Maschwitz, que tiene wi fi y tiene ese aire de comedero de ruta. Y huele como comedero de ruta. Y que me permite mantenerme lejos por un rato más. Lejos de la reunión de los lunes y de saber que hoy es lunes y estoy en una oficina nómada. Me ayuda a olvidar que estoy lejos de un montón de cosas. Y acá esas cosas no me afectan. Porque me siento de viaje. En esta ACA hay clima de otro lugar. Y acá me voy a quedar un rato. A pensar. A pasar el tiempo. A terminar mi lunes.

domingo, 6 de febrero de 2011

domingo

¿De qué sirve tomar apuntes de una fotocopia toda resaltada con rosa? Eso es lo que le quiero preguntar al pibe que está a dos metros, estudiando. Una chica dijo, como hace siete años, "en el único lugar del mundo en que me siento capaz de estudiar es en la YPF de La Lucila". Veo que la idea permanece reencarnada en otros seres humanos. Este tiene anteojos de bochito, una remera con referencias acuáticas, unas bermudas cuadriculadas y unas crocs. E intercala los resúmenes con los mensajitos de texto. Para mantenerse activo, un Red Bull. Época de finales, qué garrón.

No estoy sentado en mi lugar. Me lo quitó una mina. Ella se vino a trabajar en serio. Se pidió un café doble. Se compró una fanta de litro y medio (ya lleva tomada más de la mitad) y está con carpetas y su laptop desparramadas sobre mi mesa. A su lado, una valija. Está muy concentrada.

Voy contando al menos seis familias que entraron e hicieron el consabido pit stop acá. Ninguna se quedó. Todas juntan las cocas y las aguas minerales y los bizcochos Don Satur y unas papas fritas y quizás también sandwiches y se meten de nuevo en sus autos, a continuar con su vuelta. A acelerar las horas de este domingo que se consume de a poco. Y hay dos chicas lindas que hicieron las compras por el novio.

Es decir, nada cambia. Al menos, desde hace siete años.

sábado, 5 de febrero de 2011

sábado en la estación de servicio

Volví. En sábado. En un sábado en el que podría estar en otro lado. Hoy no es día de laburo. Pero vuelvo. Yo ya hice lo que tenía que hacer: estuve con los chicos. Caminamos mucho, almorzamos y los llevé de vuelta. Ahora me vine para acá.

Es que los sábados a la tarde tienen un gusto especial en la estación de servicio. Hay mucho movimiento. Mucho volver del extrarradio a la capital.

Hay de todo. Están las familias que vuelven de sus programas y hacen un pit stop para darles algo de para el té a los críos, para que tomen una Cindor y coman algo hasta llegar al lugar de dónde vienen. Y están las otras. Las novias. Esas chicas que no sabés de dónde salen, pero que existen. Esas chicas quemadas, con musculosas escotadas y pantalones cortitos. Que casi siempre se bajan de alguna 4x4 y, mientras el novio se queda cargando nafta, ellas van y compran cigarrillos o agua mineral o un jugo de algo. A ellas les gusta bajarse, salirse por un rato del papel de mero accesorio para ser, por algunos segundos, algo más.

Y yo veo, desde acá, cómo el novio la espera al lado del surtidor. En verdad, miro al novio desde que ella se baja. Porque el tipo la ve irse, la ve entrar acá, relojea su andar y el tipo se pone contento. Le gusta que los playeros la miren. Le gusta pero también le molesta. Es esa cosa media masoca que tienen estos tipos, que no se bancan la belleza de su accesorio. Y en el fondo se sienten seguros cuando la mina vuelve al auto, su sube en el lado del acompañante y se ata a su lado. Y entonces, sí, el tipo respira tranquilo. Y se permite el gesto romántico: se ladea un poco y le tira un beso. Como si marcara la cancha por si alguien, como yo, se quedó mirando. Y segundos después, se va.

Y también vine acá porque me permite ver el Barca contra el Atlético de Madrid (vía rojadirecta.com, of cors). Messi ya metió dos goles. Esto está bueno (por más que se escuche en griego).

¿No me digas que no es un gran sábado?

viernes, 4 de febrero de 2011

almuerzo en la ypf

Tengo varias cosas para elegir. Pero a veces, como hoy, estoy en contrera al pedo. Y entonces me pido un café doble. Que no es rico. Aunque ya no sé lo que es rico. Creo que mi buen gusto cafetístico se murió en el año 1999, más o menos. Yo trabajaba en un diario y antes de entrar, al mediodía, leía el Clarín en un bar de la esquina (Paseo Colón y Pasaje algo, no me acuerdo). Y el bar era de mala muerte. Pero bueno, nunca había nadie, estaba el diario disponible. Y se podía fumar. Y entonces llegaba y el mozo que atendía (que muchas veces era el dueño) me miraba y ya pedía el café. Eso es impagable. Digo, lo de entrar a un lugar y te adivinen el pedido, la confirmación de convertirse en un parroquiano. Si viviera en un pueblo perdido de España, digamos, cerca de Valencia, quizás, con el tiempo, ya hubiera empezado a ser una cara digna para esas fotos del tiempo muerto, de esas caras que los fotógrafos *serios* buscan cuando no tienen nada que hacer y buscan *rostros de verdad* para explicar la geografía humana de un país. Y que en el fondo no son más que tomas en primerísimo primer plano de gente que está, como yo ahora, al pedo.

Y entonces me acuerdo de que el café de ese bar era horrible. Feo. Asqueroso. Pero era el lugar lo que me llevó a que me gustase. Y entonces siempre me encantó ese bar, que tenía una barra de décadas, con acolchado y botellas de Criadores y de Legui y de Añejo W y de licores Mariposa contra el espejo posterior. Y que cuando alguien pedía un bife o algo así, el humo salía desde la cocina invadiéndolo todo. Hasta mi café feo, pero que para ese entonces, ya era *pintoresco*. O sea, rico.

Es hora de almorzar acá. Y entonces aparece lo mejor de la fauna de esta Full de José Ingenieros y Libertador. Las milfs del barrio. Que como estamos en zona de influencia de los dos grandes baluartes del corredor norte (partidos de San Isidro y Vicente López) está constituida por mujeres lindas. Que están buenas. Y que les gusta hacernos saber que están buenas.

Y con ellas almuerzo. Está bueno.

llegó el camión de ypf


Llegó el camión. Ahí está mi auto, tapado. Esto significa sólo una cosa: al menos una hora hasta que terminen de descargar. Al menos una hora hasta poder irme. ¿A dónde? Por eso, porque no tengo lugar. Me acaban de preguntar si necesito cambiar el auto de lugar. Y yo que les contesto, así, como quien no quiere la cosa, no, dejá, me quedo un rato (¿es que acaso no leés este blog?).

Hoy me falló mi compañero de oficina. El desempleado que duerme la siesta. Debe estar ocupado. No tuve a nadie con quién competir por los diarios. Estaban ocupados, sí, pero por esas personas que están de paso, que no son de acá, viste. Estaba, por ejemplo, la clásica vieja de bermudas amplias, sandalias y especie de remera musculosa, resguardada detrás de unos enormes anteojos negros pasados de moda hace, por lo menos, tres lustros (de la última vez que estuvo en Camboriú, de donde trajo, también, una remera con una inscripción muy grande: CAM-BO-RIÚ). Esta clase de mujer toma, generalmente, un café. Y después lee el diario de principio a fin, sin saltearse una coma y revisando hasta el detalles los agrupados de Clarín y no porque tenga real interés en ellos, sino para estar un ratito acá, o sea, un ratito menos en donde realmente tiene que estar. Al final, siempre junta con desgano un manojo de llaves agrupadas en un llavero enorme y se levanta con dificultad de los sillones. Y se va. Y al rato todos se olvidan de ella.

Menos yo, obvio. Porque para eso estoy acá, vouyerando todo desde mi rincón.

jueves, 3 de febrero de 2011

ypf de la lucila

Es mi oficina. Vengo acá casi todos los días. Tiene wifi. Pero tiene, sobre todo, muy poca gente. Y no, no me refiero a la gente que viene con los autos, carga nafta, mide el aceite, limpia los parabrisas y cosas así. Sino a las personas que entran. Que se compran algo en la full y se sientan y pasan el rato. De este género particular de seres humanos, la Full de la YPF de La Lucila tiene pocos. La mayoría son nómades. Se quedan, como mucho, una hora. Leen los diarios, toman un café, a veces se compran las hamburguesas que se venden acá (no tienen mucha salida los rolls que arden, por ejemplo, en la Full de Figueroa Alcorta y Echeverría).

Pero si falta gente, sobra buena onda. Los tipos que te atienden están bien. No se andan con roscas y, lo mejor de todo, no se toman a mal que me instale con una agua mineral sin gas a ver pasar las horas.

Decía que somos pocos los habitués. Creo que somos dos los que podríamos calificar como parroquianos fieles, con un promedio de tres a cuatro horas por día como mínimo. Como dije, soy uno de este pequeño número par.

La mayoría de las veces llego por la mañana. Estaciono casi en la puerta. Del lado en que están los cargadores de nafta (no los surtidores). Del lado del que cuando llega el camión, aparecen los playeros a preguntarme si no quiero correr el auto porque va a estar tapado por una hora más o menos hasta que se carguen los tanques subterráneos. Y les contesto que no se preocupen, que está todo bien. Que me quedo un rato. Creo que los chicos que atienden ya me reconocen. Hasta saben cuál es mi mesa: la del fondo a la derecha, mirando desde la puerta. Desde acá domino el panorama. Y no tengo nadie atrás. Veo todo el movimiento de los que entran (bueno, salvo cuando van a la sección supermercado). O sea, soy el monitor de la zona de mesas. De lo único que me pierdo es de ver la tele, un lcd de 32" que antes estaba en C5N y que esta semana viró hacia TN. No le veo ninguna referencia política a esto. Sobre todo porque no tiene volumen. Lo que sí se escucha es una radio eterna y que pasa temas *latinos* y oldies.

Entre semana, la vida es tranquila. Pocos oficinistas que venimos, nos instalamos un rato, trabajamos y nos vamos. Soy el más duradero, eso sí. Bueno, y el otro también. Él está grande, debe haber llegado a los 60 (o debe estar por hacerlo). A mí me falta un rato todavía para llegar a los 40. A ambos nos gusta leer los diarios. Si bien tengo la computadora, todavía no puedo leer los diarios por internet. Sí, visito sus sitios, veo los *urgentes*, los *último momento*, pero paso de seguir la lectura lógica del papel en digital. Entonces, tácitamente, nos turnamos con el otro oficinista para leer lo que hay acá: La Nación y Clarín (otra vez, no le doy lectura política a esto; además, pocas cosas más aburridas que leer los BAE que te dan en otras Full, como la del ACA de Libertador y Tagle). En lo que él me gana es en falta de vergüenza. Yo cada cuatro horas *tengo* que comprar algo. Necesito decirle a la gente que atiende que no estoy acá sólo porque no tengo trabajo. Sino que estoy acá porque es buen lugar para estar y trabajar y pasar el rato. Y ver gente. Como el oficinista sin vergüenza, al que un café lo habilita a estar todo el día, o casi todo el día, de cara a la tele.

A veces se levanta a eso de la una de la tarde, para volver un rato después (ya sin compra nueva). Y echarse siestas. aunque también duerme a la mañana.

Más allá de su desparpajo siestístico, lo que me pasma es su cara. porque no quiero tener su cara en el futuro. Es la cara de un hombre que sí, que está sin trabajo pero que, además, guarda una gran pena. A veces lo veo, dentro de todo, bien vestido: pantalón, camisa, zapatos; y fantaseo: pienso que todavía no le contó a su mujer que lo rajaron del laburo y entonces se escapa todas las mañanas a una estación de servicio, lejos de su casa, para que no lo descubran. Y eso, de nuevo, me deja helado.