
Tengo que hacer tiempo, por ejemplo, hasta las cinco de la tarde, hora en que tengo, parafraseando a mi hijo mayor, una reunión para dejar de pelearme conmigo. Una reunión para ordenar un poco la cabeza.
Pero no tenía wi fi en La Lucila, y me vine a una de las Full más top, la de Vicente López, que está en Libertador y Melo. Al lado está Porsche, y siempre es lindo ver uno de esos autos. El estacionamiento siempre está lleno, además, porque estamos en zona de corporaciones, todos con edificios modernos, de vidrio y acero o lo que sea. Y entonces para acá bajan todos a esta hora, la del mediodía. Algunos compran algo para almorzar. Pero lo que veo es que un montón viene, sin embargo, para sacar plata en el cajero del Supervielle (nota para los bancos más populares: pongan cajeros en las inmediaciones porque sus clientes le pagan la extracción a otro banco; nadie usa la tarjeta del Supervielle).
¿Y cómo sé que los que sacan plata son de las corpos vecinas? Porque a estos muchachos y muchachas de prolijo vestir les gusta ostentar sus tarjetas de identificación. Esas que les sirven para marcar presentismo los delata. Y las tienen a la vista de todos. Y veo sus nombres y sus compañías. ¿Está bueno que todos sepamos dónde trabajás? No creo. Pero supongo que quizás es un objeto de levante. Digo: le estás informando al posible objeto de deseo que tenés un trabajo en una multi y quizás eso te caliente (la seguridad calienta en algunas cabezas) y, por lo tanto, tengas más chances de lograr tu cometido que si sos el fumón del kiosko cercano. O no. Qué me importa.
Acá hay más laptops que en mi oficina. Algunos tienen unos aparatos enormes, impresionantes. Y todos miran concentrados la pantalla. Yo no puedo. Digo, no puedo mirar concentrado la pantalla. Mucho ir y venir. El promedio de extracciones, por ejemplo, está en 10 personas cada 15 minutos, más o menos.
Sin embargo, la que me llama más la atención es una vieja alla Elena Cruz (¿está viva?), en el parecido sobre todo; desconozco sus inclinaciones políticas. Que ya estaba sentada cuando llegué. Y por supuesto estaba leyendo La Nación. Le dio una lectura muy particular a los avisos fúnebres. Es que, como decía un antiguo jefe, "si te moriste y no aparecés en La Nación, no te moriste todavía". Entonces ella se fijó se tenía a alguien conocido ahí. O los leyó particularmente porque tenía un muerto ahí. Y después se comió todo el bodrio de Egipto. Y las cartas de lectores, obviamente. Y debe haber compartido la indignación de algunas, ya que su rostro, arrugado, se puso serio y sus ojos lucían concentrados a través de los anteojitos de lectura.
La vi irse. Se fue cominando. Cruzó Libertador y se dirigía para el otro lado de la vía. Ella, me da la impresión, viene de lunes a viernes a leer La Nación. Y después vuelve. Los fines de semana no. Los fines de semana recibe el diario en su casa. Es que, como mínimo para ser socio del Club La Nación, tenés que recibir el diario en tu casa. Y ella quiere los descuentos.
2 comentarios:
Grande, Calixto.
Esos últimos dos párrafo me generaron un poco de nostalgia.
No tolero a los oficinistas. Cuando van a la YPF se hacen "los serios" y hablan en voz alta de negocios, mientras hablan. Después vuelven a la oficina y a la rutina diaria: 20 minutos de laburo, 20 minutos de Facebook (con la inteligencia diaria a compañeros y en especial compañeras) y 20 minutos de pasillo/ cafe, con el chusmerío a la vieja de usanza (antes de facebook). Lo más triste es que disfrutan de esa vida.
Abrazo
qué grande, frank, un seguidor de calixto de la primera hora.
saludos!
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