
Y seguí nómade. Me fui de Maschwitz. Aparecí en el Tigre. El aire acondicionado del ACA atentaba contra mi salud. Y volví al plan de andar un rato sin destino fijo. Sin meterme en la 9, crucé y recorrí el pueblo y pasé por la 26 (por donde está la cancha de Armenio) y aparecí en lo que se conoce como Dique Luján/Villa La Ñata. La ruta, convertida después de varias curvas en la 27, me trajo hasta acá, hasta una nueva oficina.
O sea, si tuviera que cambiar mi oficina actual en La Lucila, la cambiaría por esta.
Está al lado del río. Y tiene wi fi, of cors. Sin embargo, esto los fines de semana debe arder mal. Y los días lindos también. Acá también el aire acondicionado está fuerte, pero un café en vez de un agua mineral mitiga las cosas.
Porque a las cosas las tengo que mitigar. Tengo que mitigar, por caso, mis ganas de ir al casino y jugarme unos pesos (estoy muy cerca del Trilenium). Porque siempre creo que, si bien no voy a hacer saltar la banca, al menos algunos miles de pesos me voy a llevar. Esas ideas entre optimista, descerebrada e infantil que suelo arrastrar a lo largo de mi vida adulta. Y si estoy escribiendo ahora es porque no quiero ir al casino.
Y ahora me tendría que poner hablar sobre las apuestas a la vida, con un falso aire de pretensión, pero eso será para otro momento.
Mucho movimiento en esta oficina no hay. Sólo parejas. Allá, casi sobre la puerta, hay dos que parecen que tienen que hablar de algo bastante serio. Están los dos con los brazos cruzados. Ella, rubia, que parece haber tenido un pasado interesante pero que ahora está escondido debajo de varias capas de grasa. Hace ruiditos con la boca, como de desaprobación cada vez que él, con unas bermudas desubicadas para la temperatura actual, le dice algo.
A mi lado (¿o se dice al lado mío?, la otra rubia nunca me contestó) otra pareja, de 50/60 está pasando el rato. Como que están fuera de rutina, como cuando tenés un velorio y después te juntás en una estación de servicio: es decir, venís de hacer algo atípico y buscás anclar en la normalidad con unas medialunas pasadas y un café normalote. No creo que vengan de un velorio. Pero quizás sí. O están haciendo tiempo para otra cosa, para cerrar un negocio. Lo que sea, pero no son de acá, como tampoco lo soy yo.
Dos viejas completan la escena. Dos jubiladas, independientes ellas. Una es del Tigre, seguro. Mira el río como sólo lo miran los que alguna vez lo vieron crecer dentro de su cuarto. Está curtida, podría decir. Sí. Y está aburrida, porque le está dando charla a la amiga que vino de lejos, y que como justo habían decidido hacer algo hoy y no tuvieron tiempo de cancelarlo por lluvia, se tienen que meter adentro de una Full para tomarse el café que se deben y charlar y ponerse al día
Y sí, definitivamente voy a tratar de volver a esta oficina.